El autor

La armonía del caos

 

El caos se construye sobre unas reglas precisas, leyes que se revelan implacables con los advenedizos. Por eso es tan difícil crear un caos armónico, un mundo propio que invite al espectador a penetrar en su aparente desorden para encontrar la belleza y la ternura que esconde. De esas reglas sabían mucho los expresionistas, tanto los alemanes como los americanos del siglo pasado que se acercaron a la abstracción; pero se trata de un corpus de normas no escritas, a veces incomprensibles para los mismos artistas, de impulsos que parten de la necesidad de crear un mundo propio en el que sentirse más seguro.

David Colinas (León, 1962) es también dueño de uno de esos espacios creativos privados tan caótico como los de sus famosos predecesores, por eso al contemplar sus obras uno no puede evitar flashes de Arshile Gorky, Jackson Pollock, Willem de Kooning y, quizás aún con más fuerza de la menos conocida Joan Mitchell. Colinas de sal, la exposición que ahora presenta en la Galería Ármaga de León, da buena cuenta de que su mundo no se ha desvanecido tras pasar los últimos 14 años sin mancharse las manos de pintura, de que sus irreales criaturas siguen habitando marañas de colores que atrapan la atención del espectador y le invitan a penetrar en otra realidad.

Tras numerosas exposiciones individuales y colectivas en España en la pasada década de los noventa (Madrid, León, Santander y Sevilla), con el cambio de siglo decidió ganarse la vida de otra forma y aparcó la pintura durante casi tres lustros. Pero hace dos años, una vez resueltas las cuestiones pecuniarias, decidió retomar su mundo y, sorprendentemente, ahí estaban esperándolo sus bichos, sus esquemáticas figuras humanas, sus incomprensibles palabras, sus jeroglíficos ilegibles… Un universo creativo que parece haber despertado de un largo sueño con muchas ganas de dar guerra.

Colinas de sal reúne una treintena de obras, realizadas entre 2016 y 2017, en distintos soportes y técnicas: algodón, cartón y papeles hechos a mano sobre los que David Colinas ha plasmado su nueva realidad. El artista, persona ordenada en su vida cotidiana, se deja llevar ante cualquier superficie vacía para construir un caos que, muchas veces, se revela ante sus ojos y adquiere un orden armónico en el que cada borrón, cada trazo, cada mancha de pintura cobra un sentido.

El Atlántico, las dunas, el mar, sus criaturas marinas o el viento de Levante protagonizan muchas de sus nuevas obras, algunas de gran formato, que le permiten “enloquecer totalmente” en una fiesta a la que siempre están invitados sus colores: rojo, amarillo, verde, azul, blanco y negro. El pintor, casi de forma automática, se constituye en notario del paisaje que habita desde su casa de La Muela, una colina en el término de Vejer de la Frontera (Cádiz), y plasma también su realidad tierra adentro. Telas —algunas enmarcadas por la propia pintura en un ejercicio de contención— habitadas por insectos, animales inexistentes, símbolos y hasta un circo. Solo hay que dejar los convencionalismos a un lado y mirar.

Margot Molina Madrid, 10 de mayo, 2017

David Colinas (León, 1962) estudió Ciencias de la Información, rama de Publicidad, en la Complutense de Madrid. En los años 80 expuso por cafés y galerías alternativas de León, Madrid y Sevilla. Su primera experiencia internacional le llegó con la participación en la feria Kunstrai en Amsterdam, con la galería leonesa Sardón.

Tras licenciarse en Publicidad montó en Madrid el “Grupo COMA” de diseño gráfico, diseño industrial y producción de mobiliario, realizando exposiciones de muebles y objetos en Milán, Barcelona, Murcia y León (aquí, concretamente, en Maese Nicolás, la galería vanguardista de Jaime Quindós que tuvo su apogeo en los 80). Aquello fue solo una etapa en su vida, después de la cual se dedicó a la producción publicitaria. Más tarde montó una nueva sociedad, “DC Madrid”, dedicada al diseño, producción y comercialización de alfombras. Cuando llegó la crisis post “Expo 92” tuvo que cerrar esta empresa, después de tres años de aventura. Apostó entonces por dedicarse en exclusiva a la pintura, que en todos esos años había seguido compaginando con su trabajo profesional. Así que en plena crisis de los 90 monta su estudio en Madrid y ficha por la galería Isabel Ignacio, en Sevilla, con la que participa en algunas ferias nacionales e internacionales. Vuelve a exponer sus obras no solo en Sevilla, también en otras galerías de Jaén, Cáceres, Santander, Málaga… Pero la economía no estaba muy boyante, y decide volver a León, donde tiene estudio. Con la llegada del año 2000 le toca superar una nueva crisis, la del “cambio de milenio”. Cansado de intentar sobrevivir en el mundo del arte, lo deja todo y decide marchar otra vez a Madrid, a buscar un trabajo que le permita vivir dignamente. Inicia una etapa de casi tres lustros, en la que prácticamente deja de pintar.

Pero, como mismo él dice, “el arte se lleva dentro y nunca muere”. Hace unos años le destino le llevó a Cádiz, donde reside en la actualidad y donde se gana la vida en el campo del turismo. Con una situación económica más desahogada, ha montado su estudio en Vejer de la Frontera. “Estoy viviendo una nueva etapa muy interesante, muy tranquila y con muchas ganas de pintar, ahora ya sin agobios”, comenta, feliz de regresar con una nueva exposición a su tierra.

Fuente y enlace al artículo completo:  tamtampress.es

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